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Sexismo Ambivalente

El poder no es una categoría abstracta; el poder es algo que se ejerce, que se visualiza en las interacciones sociales. Este ejercicio tiene un doble efecto: opresivo, y  configurador en tanto provoca una modificación de la realidad y redefine la existencia (espacios, subjetividades, modos de relación, etcétera). La palabra poder tiene dos acepciones popularmente utilizadas: una es la capacidad de hacer, el poder personal de existir, decidir y autoafirmarse. Es el poder autoafirmativo. Este poder requiere para su ejercicio una legitimidad social que lo autorice (y esta legitimidad sólo la han obtenido hasta hace muy poco los varones).

La otra acepción, la capacidad y la posibilidad de control y dominio sobre la vida o los hechos de los otros, básicamente para lograr obediencia y lo de ella derivada. Es el poder de dominio. Requiere la tenencia de recursos (bienes, poderes o afectos), y de medios para sancionarla y premiarla. En este segundo tipo de poder, que es el de quien ejerce la autoridad, se usa la tenencia de los recursos para obligar a interacciones no recíprocas, y el control puede ejercerse sobre cualquier aspecto de la autonomía de la persona a la que se busca subordinar (pensamiento, sexualidad, economía, capacidad decisoria, etcétera).
La desigual distribución del ejercicio del poder de dominio conduce a la asimetría relacional. La posición de género (femenino o masculino) es uno de los ejes cruciales por donde discurren estas desigualdades de poder, y la familia/pareja, uno de los ámbitos en que se manifiesta. Esto es así porque nuestra cultura patriarcal ha legitimado la creencia de que el masculino es el único género con derecho al poder autoafirmativo: ser varón supone tener el derecho a ser individuo pleno con todos sus derechos (y derecho a ejercerlos). La cultura androcéntrica niega ese derecho a las mujeres. Así los varones quedan ubicados como superiores, y por creerse superiores, sienten que tienen derecho a tomar decisiones o a expresar exigencias a las que las mujeres deben sentirse obligadas. Es decir, ejercer poder de control y dominio sobre ellas quienes quedan en lugar subordinado. La ecuación "protección a cambio de obediencia", clave del contrato de pareja tradicional refleja un importante aspecto de esta situación y demuestra la concepción del dominio masculino en la pareja. A esto se agrega además la creencia que el espacio doméstico y de cuidado de las personas es patrimonio femenino, reservándose el varón el espacio público al cual se define como superior.

Este poder de dominio masculino, arraigado como idea y como práctica en nuestra cultura se mantiene y se perpetúa, entre otras razones por:
• La división sexual del trabajo, que aún adjudica a la mujer el espacio doméstico.
• Su naturalización y su inscripción axiomática en las mentes de mujeres y varones.
• La falta de recursos de las mujeres y la deslegitimación social de su derecho a ejercer el poder autoafirmativo.
• El uso por los varones del poder de macrodefinición de la realidad y del poder de microdefinición, que es la capacidad y habilidad de orientar el tipo y el contenido de las interacciones cotidianas en términos de los propios intereses, creencias y percepciones. Poder llamado también de puntuación que se sostiene en la idea del varón como autoridad que define que es lo correcto (Saltzman, 1989).
• La explotación de las denominadas capacidades femeninas como cuidar o ayudar a crecer a seres humanos (el llamado poder del amor Jonnasdotir, 1993) en las que nuestra cultura hace expertas a las mujeres.

Existe la creencia de que las mujeres en su modo de ser tradicional también ejercen poder, sobre todo los llamados poderes ocultos: el poder de los afectos y el cuidado erótico y maternal. Pero éstos no son en realidad poderes de dominio, simplemente pseudopoderes: esfuerzos de influencia sobre el poder masculino y poder gerencial sobre lo delegado por la cultura patriarcal que le impone la reclusión en el mundo privado. Este tipo de pseudopoder es característico de los grupos subordinados, centrados en manejar a sus superiores. Como en ellos, la mayoría de las mujeres se hacen expertas en leer las necesidades y en satisfacer los requerimientos del varón, logrando ser valorada por su eficiencia y exigiendo algunas ventajas a cambio. Sus necesidades y reclamos no pueden expresarse directamente, y por ello se hacen por vías 'ocultas", básicamente las quejas y reproches (a los que los varones rápidamente se hacen inmunes).

Aunque hoy en día el discurso de la superioridad del hombre está en entredicho en casi todo Occidente, el poder del modelo tradicional de la "superioridad" masculina como configurador de hábitos y comportamientos masculinos sigue siendo enorme. A pesar de los cambios, las creencias ancestrales aún oscurecen las injusticias, aplauden las conductas machistas y censuran a la mujer que asume otras competencias.

 

Factores presentes en la Violencia de Pareja

El Machismo y los Micromachismos

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Terminos útiles:

La violencia

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